Artículo publicado el 23 de octubre de 2009 en la edición impresa del Diario Norte bajo el título "En los umbrales del Centenario de la Escuela Normal de Resistencia - Dos egresados investigando en Colonia Benítez: Augusto Schulz y Enrique Winter"
Por Marta Graciela Winter
Los dos habían realizados sus estudios en la Escuela Normal de Resistencia egresando de ella como maestros en distintas promociones. Pero su residencia familiar y el ejercicio de su profesión los relacionaron en la Escuela Nº10 de Colonia Benítez. Uno, Augusto Schulz era el Director del establecimiento desde 1921, el otro Enrique Winter se desempeñaba como maestro desde poco tiempo después.
Aunque los separaban unos ocho años de edad, pertenecían a la misma generación y participaron de similares inquietudes. Impulsados por ellas, tal vez generadas o incentivadas durante su formación normalista, en la que tuvieron como profesor a Nicolás Rojas Acosta, se dedicaron en el tiempo libre a observar, indagar y registrar datos de la naturaleza exuberante y misteriosa del entorno. Ríos, árboles, especies vegetales y animales figuraron en aquellos apuntes que día a día iban creciendo en volumen y en detalles. Y así se fue fortaleciendo la amistad. Tertulias vespertinas alternadas en sus respectivos hogares servían para intercambiar información. En la tarea, el director era el maestro y paradojalmente, el maestro resultaba ser el discípulo. A éste lo fascinaba el mundo de los ofidios y lo preocupaba el problema que representaban para la población las frecuentes picaduras de serpientes venenosas.
Quienes fuimos alumnos de la Escuela Nº10 de Colonia Benítez, recordamos al Director como un hombre reservado, austero y sencillo, celoso en el cumplimiento de la reglamentación escolar, la que imponía sin violencia, sólo con su imagen de autoridad. Pero también lo recordamos como docente de alma. Su casa de Colonia Benítez, en la que había numerosos árboles de variadas especies y plantas de todo tipo, estaba abierta para todo aquel que se interesara en el estudio de la naturaleza. En horas de la tarde nos recibía allí y nos enseñaba nociones de entomología, en un ambiente que ofrecía infinidad de especies autóctonas, demostrando en la tarea un carácter afable que invitaba al acercamiento personal. Ha quedado grabado en nuestro recuerdo su capacidad de transmisión de conocimientos, además de su asombrosa erudición en todos los temas que abordaba.
Desde 1926 comenzó a coleccionar ejemplares vegetales del entorno y a estudiarlas, con el asesoramiento brindado por personal del Museo Darwinion de Buenos Aires y más tarde por especialistas de Estados Unidos, Suecia y Paraguay, entre otros sitios en los que fueron publicados algunos de sus trabajos sobre las especies enviadas.
Sus inquietudes científicas se proyectaron a otros campos como el de la entomología y el de la meteorología, pues se desempeñó también como Corresponsal de la Oficina Meteorológica Nacional en el Chaco.
Su labor de alta calidad científica que trascendió las fronteras del país, lo hizo acreedor al título de Doctor Honoris Causa en varias universidades, entre ellas la del Nordeste. Asimismo fue motivo para que en 1968 se impusiera su nombre al Museo de Ciencias Naturales de Resistencia.
Al otro personaje que nos ocupa lo conocí más de cerca. Era mi padre. Enrique Winter entabló relaciones con el Instituto Malbrán de la Capital Federal desde 1940 y llegó a sellar un acuerdo mediante el cual a cambio del envío de ejemplares de serpientes, el Instituto le remitiría suero antiofídico. Desde entonces nuestra casa de Colonia Benítez tuvo en su patio una gran jaula en donde depositaba los ejemplares que le eran entregados por vecinos de la zona. Las víboras eran colocadas en envases especiales provistos por el Instituto y se mandaban a la Capital Federal. El suero enviado a cambio era distribuido radio en escuelas rurales y centros de salud del lugar y zonas aledañas. Los gastos específicos corrían por cuenta del señor Winter.
Organizó en la comunidad una Sociedad de Beneficencia cuyo objetivo era el de ayudar a la atención sanitaria de la población. Su actuación en el medio fue muy amplia, fue enfermero aplicando inyecciones, consejero en algunas cuestiones de salud y en muchas ocasiones trajo enfermos al Hospital de Resistencia en su automóvil particular, haciendo las veces de ambulancia.
En 1948 por razones familiares debió trasladarse a Resistencia. En la última página de su Cuaderno de Actuación escribió el Director Augusto Schulz: "… desarrolló una amplia y progresista actividad en todas las manifestaciones que pudieran beneficiar a la Colonia con la dedicación propia del que desea por sobre todo el bien público, pues conoce bien el pueblo. Sacrificó sus horas libres y de descanso por el bien del prójimo."
En Resistencia se incorporó al personal de la denominada comúnmente Asistencia Pública y en una habitación del edificio ubicado frente a la plaza 25 de Mayo instaló el serpentario. Continuó sus conexiones con el Instituto Malbrán y con el Butantán de Brasil. Evidenciando sus notables condiciones de autodidacta y la ponderable formación recibida como maestro, enriqueció su formación con conocimientos científicos que le hicieron ganar el respeto de especialistas del país y del extranjero.
Al producirse la provincialización del Chaco le fue encomendada la tarea de proyectar, organizar, habilitar y poner en funcionamiento la sección de Herpetología y Ponzoñas dependiente de la dirección de Sanidad del Ministerio de Salud Pública de la Provincia, que se instalaría en el predio del Hospital Perrando. De ello resultó un extenso proyecto que fue aprobado y se conserva, a través del cual queda demostrada la idoneidad respecto de la cuestión. Los sucesos políticos del año 1955 frustraron la concreción del proyecto.
Su amistad con Augusto Schulz sobrevivió a la distancia y se prolongó durante toda la vida. En 1964, Winter le escribía adjuntando la nómina de especies vegetales que, a su juicio obraban como antídotos en los accidentes con animales ponzoñosos. En su respuesta, el distinguido naturalista, le agregaba el detalle de otras especies y le sugería que siguiera investigando el tema en el caso de las serpientes corales, para las que el suero no resultaba efectivo. Le señalaba la existencia de animalitos que podían luchar con ellas sin consecuencias. Juzgaba que allí existía un seguro campo de investigación y le ofrecía su colaboración.
Desgraciadamente días más tarde, la muerte lo sorprendió a Enrique Winter. Falleció a los 57 años, víctima de las secuelas de una picadura de serpiente ocurrida tiempo atrás.
Ese año, el doctor Remo Perotti, en una reunión del Colegio Médico Gremial, después el haber conocido el material por él recogido y sus publicaciones afirmaba " … desde aquí es donde parte la verdadera historia del serpentario y con estas breves líneas que no reflejan la enorme labor sostenida ni hablan de que él mismo fue víctima de su hobby, hago honor a un verdadero precursor en nuestra provincia".