No se ven ya las indias recorriendo la ciudad ofreciendo canje por ropa, pájaros, loros, canastos, esteras y la pluma del caburé con efectos amorosos. Otra costumbre olvidada es la visita familiar para poder chusmear, se acomodaban alrededor de la mesa, mates, pastelitos, torta frita para acompañar.
Los picnic de los domingos a orillas del río Negro con aire puro para respirar, mientras los niños pescaban, los grandes una partido de truco solían jugar y las mujeres conversar.
Las calesitas para niños con motor o tracción a sangre, pintadas de vivos colores, espejadas en sus costados, caballitos, botecitos, cochecitos, dale girar y girar mientras el calesero tentaba a los pequeños con la sortija en la mano para poderla ensartar y si la argolla conseguís como premio te ganabas dos vueltas sin pagar.
El trencito Dodero que cruzaba la ciudad saliendo de avenida Alberdi y Libertad tomaba por los números ascendientes hasta llegar a la calle uno doblando hacia la izquierda con destino al hospital Regional, donde hacía una parada para que la gente pueda bajar. Después, por 9 de Julio hasta llevar a Villa Monona hasta su destino final Barranqueras, tercer puerto en orden nacional. Y si hablamos del Olimpo, puedo decir que mejor bar y teatro no existía en la ciudad, actores y compañías de prestigio nacional hasta la zarzuela solían presentar. Por la mañana temprano se ocupaban todas las mesas a tomar el desayuno, tres medialunas, dulce de leche y manteca con una taza de café o si preferías el submarino con la barrita de chocolate lo acompañabas con churros bien calentitos.
El indio Crisanto Domínguez, escultura monumental, las retretas de la plaza con la Banda Municipal, el balneario en el río Negro, los cines más famosos: Sep, Argentino, Marconi; las confiterías, bares y cafés.
De los hoteles ni qué hablar. Savoy, Europa, España, Colón, El Ferroviario, Roma y Victoria fueron el orgullo de nuestra ciudad. También las pensiones acreditadas, atendidas por sus dueños con esmerada atención: La Uruguaya, El Palenque y el coqueto Petit Hotel de la calle Tucumán. Los mateos, reliquias del pasado, los autos de alquiler y después llamados taxi y hoy remis, los colectivos de línea, las famosas bañaderas con solo veinte asientos, una sola puerta adelante, el cobrador de boletos, la campanilla que por un cordón se accionaba para anunciar al chofer en qué parada se bajaba.
El lechero, panadero, carnicero y hasta el pescado de mar te lo traían a tu casa; callecitas bien regadas, veredas con jardines en flor, el vigilante haciendo la ronda para la seguridad de la población.
Hay tanto para recordar pero prefiero hacerla corta, el traerles estos recuerdos tiene una sola intención, la de comprar el pasado y el presente. Está en usted, amigo lector, opinar sobre el tema. Estoy seguro de que lo añora, salvo el caso que no viviera en esta hermosa ciudad. Resistencia, tu historia es difícil de olvidar, fundada por inmigrantes que supieron colonizar.